Como han señalado ya los filósofos desde Aristóteles en adelante, aunque la gente desea cosas como el dinero o el poder (porque creen que esto es la felicidad), también buscan la felicidad sin más. Por extraño que pudiera parecer, la felicidad y los negocios están indisolublemente vinculados.

La producción e intercambio de bienes tiene sentido sólo si mejorarán nuestra calidad de vida. Incluso los mayores avances tecnológicos carecen de importancia hasta que no contribuyen a aumentar la felicidad. Por otra parte, los negocios deben procurar que sus empleados sean felices, porque, de este modo, aumentan tanto la productividad como la moral de los mismos.

Así pues, lo negocios existen en definitiva para mejorar el estado de la humanidad. Visto desde este punto de vista, un “buen negocio” produce dinero y se dedica a tareas que contribuyen a aumentar la felicidad de la humanidad. Y, aunque casi todos los productos y servicios hacen más felices a al menos unas pocas personas, es útil distinguir entre negocios que producen bienes valiosos y negocios que producen bienes que parecen valiosos, pero que no ofrecen una satisfacción duradera.

Entre estos últimos están las empresas inmersas en prácticas ilegales o que ofrecen productos y servicios adictivos y que producen estados temporales de bienestar.

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